

“Nunca una creación se hace aislada del mundo material”
(Remedios Zafra)
La escritura como práctica de la vida cotidiana, y como bien común, traslada de inmediato el acto de escribir a un acto para la gente “extraordinariamente corriente”, vuelca la escritura hacia nosotros mismos y nuestro mundo circundante. Somos ante todo, individuos diarios, excepcionales en su formas sencillas de ser , aspirantes corrientes a la vida de todos los días.
Como el vestido o la lengua, la escritura es un sello cultural que navega entre la fuentes primigenias de la identidad colectiva; ¿porqué entonces exaltarla a un arte inalcanzable?, ¿porqué endiosar sus formas de expresión a una estética ideal?, ¿porqué creerla distante de nuestra vida sencilla?
El acceso alfabético a la escritura es el primer don de la infancia y su escolaridad; el acceso cotidiano a una escritura como práctica rutinaria y de sentido íntimo, puede ser el regalo de una adultez consciente.
¿Acaso estar en el mundo con su peso y sus consecuencias de ser no equivale a un riesgo suficiente que amerite el ejercicio de narrarnos y reafirmarnos en la letra libre? ¿Tiene algo la cotidianidad digno de ser escrito?, ¿un suspiro o un sabor?, ¿el aliento de un devenir rutinario?
La cotidianidad puede invocar la presencia de un “no ser” en tanto que es habitada en su exceso de rutina y de anonimato; por tanto, tiene ella el potencial de absorbernos, tomarnos e integrarnos en una invisible estancia de ser, y sin casi notarlo lo aceptamos complacidos. Escribirla, entonces, abre una posible aparición de ser, abre el potencial de construir el holograma creativo de un yo, que aunque inmerso en los destellos de la rutina, puede volver a sentir y a palpitar en el cuerpo común que lo habita. Es posible.
¿Qué utilidad podría tener esta escritura en el hombre común?, la respuesta podría ser “ninguna”. En definitiva, no una utilidad evidente y transaccional en el mundo exterior; sino, más bien, una utilidad transcendente o, en palabras de Monica Cavallé, una utilidad “intrínsecamente útil”: “El ser humano solo experimenta una felicidad íntegra y realiza satisfactoriamente sus posibilidades internas de ser en las actividades o estados que no tienen más meta que sí mismos”. [1] La escritura de la vida cotidiana conserva entonces la pureza del acto sin provecho: divertido o lúdico; purificador o doliente; locuaz por lo simple.

[1] Cavallé, M. (2011). La sabiduría recobrada. La filosofía como terapia. Editorial Kairós, Madrid.
Es liberador entender la escritura como un bien colectivo, para todos, no solo para los genios literarios.
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