Monstruos poderosos

Lucía Lago ( autora invitada )

¿Cuál es la incomodidad? repasa cada momento de su vida como si fueran cuadros, escenas de una película. Se sentía bien cuando amanecía temprano, hacía su sadhana y le quedaba tiempo para ducharse, prepararse un mate y tomar el desayuno tranquila. Escuchar un podcast mientras lavaba ropa, ordenaba su casa, regaba sus plantas y se vestía sin apuro para ir a trabajar. ¿Quién es el otro?, pregunta Angélica en la masterclass que escucho mientras escribo. La jornada de trabajo terminaba sobre las siete de la tarde por lo que el día aún tenía rato. En una época a la salida del trabajo jugaba al tenis, estudiaba una diplomatura, se encontraba a merendar con su mamá, visitar una amiga o prepararse una rica cena. Estos recuerdos le traen felicidad. Sensación de libertad. ¿Qué fue lo que pasó?, ¿cómo perdió estas rutinas que le hacían bien? Vivía sola. 2017 a 2020. Repasa para atrás y vuelve a encontrar la misma sensación. 2012 a 2014. Vivía sola. ¿Qué pasa ahora?, ¿qué pasó entretanto?. El encuentro con la sombra, vuelvo a escuchar en la clase. Se le presentó hoy en terapia. Hablaba de que los momentos de su vida en que estuvo mejor fueron cuando se sentía a gusto con la casa, el barrio y sus actividades. Pero le costaba admitir que eso le importe tanto. Siente que necesita esa base segura, cómoda, para desplegar el resto. «¿Y qué pasa si le importa?» dice el terapeuta. “Nada. En definitiva es cierto que me importa” dice ella. “Entonces, ¿cuál es la incomodidad?” pregunta el terapeuta. Algo por dentro le ahorca, se le cierra la glotis y le brotan las lágrimas mientras apenas logra pronunciar entrecortado: “creo que me cuesta el vínculo”. Género negro, vuelvo a escuchar en la clase, es profundo, mucho más instigador, miro la diapositiva y leo “el enemigo no es ublicable fácilmente en el exterior”. Y no. Claro que no. Suele estar dentro. “¿Por qué termino cediendo?” Se pregunta en voz alta. Mientras cuenta que es el tercer invierno que pasa frío en su casa porque Él no quiere comprar un aire acondicionado. Cree que con cerrar la ventana cuando cae el sol es suficiente para mantener el calor. Y ella que ama mirar por la ventana. Y más aún a la noche, ver la ciudad iluminada mientras lee tranquila en el sillón, mira una serie o cocina. ¿Cómo es que de pronto se encuentra cerrando las cortinas, transformando la casa en un bunker cuando aún queda algo de luz en el cielo, calentando una bolsa de agua para ponerse entre las piernas mientras trabaja en el escritorio porque pasa frío?. Hace días tiene la sensación de tener muchas cosas y estuvo pensando en regalar, donar, vender. Pero ahí, en el consultorio, mientras cuenta eso dice como sorprendida de sí misma: “a mí me gustan mis cosas. No las quiero regalar. Y no son tantas”. Son muchas en relación a Él, que tiene menos. Que le hace sentir que tres abrigos es mucho, pero él no tiene ni una sola campera de invierno. Y en lugar de pensar que lo del otro, lo de Él es poco, siente que lo suyo es demasiado. Ahora dejó aquel trabajo pero corre de una actividad a otra, con la agenda repleta. ¿Cuándo me llené de tanto?, se pregunta. Cuándo más hace, cuando más actividades desarrolla, más incomodidad esconde. Cómo si quisiera distraerse. Llora. Llora mucho. Lo ve claro, ¿por qué se termina borrando así? Como le cuesta poner su deseo en palabras, decirle al otro “a mi me gusta así”. Pero no, complacer, agradar, ser la tipa piola que no genera conflictos, que acompaña. Y de golpe aparece en la escena de su vida el cumple de su abuela. Su tío Leo toca el timbre y su tía no está. La abuela, delante de todos los invitados, expresa fuerte: ¿y Roxana no viene?, no se siente bien, dice el tío. “Ah, siempre igual, luego se quejan, pero si dejan solo al hombre, bueno, así pasan las cosas después”. Las cosas. Tenía catorce años pero lo escucha y lo entiende. Y recuerda cuando el abuelo se sentaba en la mesa para ser servido por ella. Y cuando su hermano tenía sed y la abuela mandaba a ella o a su hermana a servirle agua, pero ojo, a la noche si había que hacer un mandado salía él, que podía defenderse en la oscuridad. O cuando había que colgar la ropa y la despertaba a ella que estaba durmiendo, en vez de pedirle a su hermano que estaba en pie hacía rato. “Dale” le decía mientras agitaba la sábana, “pobre tu hermano”. Recuerda haber preguntado, “¿pobre por qué?”, “Pobrecito, porque es varón” dijo. Y enseguida aparece su madre sirviendo comida, siempre doble en el plato de su hermano y de su novio y de su primo. Porque sí, porque el hombre come más, pobre, no sea cosa que se vaya a quedar con hambre. No sea cosa que vos no lo puedas satisfacer. Y sigue llorando y siente una rabia. Pero sabe que el enojo no es con el otro, no es con él, es con ella misma. Porque no puede salir de ahí, porque está en una nueva relación y esto vuelve a pasar. Luego de la sesión, por suerte apareció el mundo onírico, ayudando a reelaborar esta memoria removida y aquello que descansa profundo, casi inconfesable en el fondo del alma. Su padre paseaba en bolas por la casa mientras ella, que charlaba con una amiga se quedaba paralizada, sin saber que hacer ni decir. Intentaba mirar hacia otro lado, hacer que no vio nada. Callaba. Ahora es un sueño. Pero antes no lo fue. El poder del hombre. La libertad de Él, de andar como quiere, es su sometimiento. Plutón en casa 12, los monstruos enjaulados, recuerda que Angélica menciona en la hoja de ruta “sanar demonios familiares que ejercieron un poder excesivo”. ¿Será esto?, siente a su abuela y también a su padre, dos caras del machismo, la sumisión, el mandato de servir al hombre sin cuestionar, de ser invadida sin poder hablar, todo grabado en la médula, en sus neuronas, en su cuerpo. No sabe cómo decir de sí misma, no sabe cómo nombrarse sin sentir que lo va a molestar. A Él. No sea cosa que la libertad de ser quien soy le termine por incomodar. Por eso se licúa, se borran sus bordes. Por eso las fugas. Por eso se termina yendo. Por eso, cuando está sola siente que puede respirar.

Lucía: este es un escrito acerca de esos monstruos poderosos que suelen construirse en la trama vincular del árbol ancestral. El gran trabajo no es irse, sino quedarse sin perderse.

PD. Estos escritos son una muestra de los ejercicios realizados en el taller de escritura: narrativas autorreflexivas para acompañar la vida. Año 2022. Educación Continua. Pontificia Universidad Javeriana de Bogotá. 

4 respuestas a «Monstruos poderosos»

  1. Me identifico con esos monstruos internos. Con la sensación de poder respirar cuando estoy sola. Con la incomodidad que producen estos espacios que antes te hacían sentir segura. Con no hallarte en esos lugares que antes eran refugios. Tu escrito Lucía me invita a escribir de mis días propios demonios. Gracias!

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  2. Me gustó mucho la manera en como describes las rutinas que te hacían sentirte feliz cuando estabas sola. Me motiva saber cómo mujer sin pareja que soy o estoy, o sin marido u lo que fuere, como le hace otra mujer para vivir feliz cuando vive sola. Por otra parte,: ¡ Qué interesante como alimentas las complejidades del vínculo desde lo ancestral ! Gracias por lo que nos compartes Lucía!

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