Lugares de la no pertenencia

Hay algo de exilio protagónico en la búsqueda consciente y constante de una vida; también, algo de doliente exclusión en el anhelo por «el lugar», por la pertenencia fija y certera, por hallarse en un conocimiento que no claudica. Pero la vida y su transcurrir claudican;  porque, al parecer,  la vida no es estable, sino algo múltiple, sin signo fijo, que aparece como una fijeza de fuerzas y voluntades a pulso. Esta fijeza, incansablemente vital, existe y se afirma en una extensión sin límites. En algún momento, puede surgir la nostalgia por pertenecer, por encontrar un refugio seguro al lado de los demás; sin embargo, paradogicamente, descubriremos que podemos pertenecer más a lo que creamos que a lo que creemos.

Crear, creer, entregar… talvez un nuevo paradigma para los buscadores vitales.

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Y, por supuesto, como en toda búsqueda, siempre habrá pérdida, desequilibrio; la ilusión de pertenencia también se pierde, se aniquila a sí misma. Como dice Elizabeth Bishop: «el arte de perder se domina fácilmente. Tantas cosas parecen empeñadas en perderse, que su pérdida no es un desastre”.

Perder la ilusión de la pertenencia puede ser ganar el lugar del habitar, ganar el territorio sin conquistar, un punto sensitivo, un vivir de exploración más que un vivir en el cumplimiento. También es ganar certezas negadas y fallidas, pues, tanto el conocimiento como la vida se mueven entre motivos incansables e infieles.

Entonces puede suceder que cada camino explorado se convierta en punto de referencia y reflexión para la propia vida y para la vida de los demás; por eso mismo, un don posible de ser entregado. Pero, cómo don adquirido, se cubre de imperfección y conciencia del límite.

Los saberes y la experiencia se deberían ofrecerse como peligros, como abismos expuestos, nunca como salidas fáciles o  ideas estabilizadoras; deberían ofrecerse cómo espacios expansivos hacia nuestra profundidad insondable; deberían ofrecerse como conocimientos tentadores que se especializan en la amorosidad del rizoma, en la escritura de campos semánticos que se encuentran y se dan la mano.

«Cuando sientes que eres apenas una telaraña de preguntas, recibes las preguntas de los otros para que las sostengas en el hueco entre las manos juntas, los huevos de algún pájaro cantor que todavía son capaces de romper el cascaron si les das calorcito, mariposas que se abren y se cierran en el cuenco de las manos, confiando en que no vas a dañar su pelaje centelleante, su polvo. Recibes las preguntas de los otros como si fueran las respuestas a todo aquello que te preguntabas. A lo mejor el don sea tu respuesta».

Un don, Denise Levertov

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