El agua me llama: fragmentos de una tercera vida

Por: Victoria BC (autora invitada)

Los bogotanos estamos acostumbrados a la lluvia, difícilmente un chubasco o una lluvia pertinaz en espray -suave pero que emparama- nos hace disuadir de realizar nuestras actividades cotidianas. Aquel día cerré la puerta y, con el agua rodando sobre mi paraguas amarillo de pepas azules, salí hacia la librería.

Esa en particular, de las tres que me quedan cerca, es la más silenciosa, cuando se deja la puerta tras de sí, es como entrar en un cono del silencio. Suavemente puse la sombrilla en el suelo al lado de la puerta y avancé hacia la mesa de Importados, ningún título llamó mi atención. Empecé a recorrer el primer piso, observé el estante de Novedades, luego el de Cocina, allí posé mis ojos sobre un libro de quesos, recordé un viaje a Ámsterdam y el delicado sabor de un gouda con lavanda me invadió por un segundo, pero no, no me decidí a abrirlo. En la parte de atrás de la librería había un pequeño café que dispensaba capuchinos y aromas, pero eso tampoco resonó, regresé por donde venía, pasé por el aparador de Historia del Arte, tal vez otro día me quedaría en esas sillas envidiando a algún genio.

Volví hacia la entrada de la librería, un poco desanimada recogí mi paraguas para disponerme a subir al segundo piso y, justo al lado derecho de la escalera una portada color rosado barbie llamó mi atención, pero como ya estaba en el tercer peldaño no me devolví. Al llegar al segundo piso a la izquierda, había una pequeña sala con dos poltronas modernas color mostaza y una mesa negra de forma irregular en el centro, ahí, apenas encontrara mi pequeño botín lo iría a ojear. La sala del primer piso no tenía mesa y como soy territorial, necesito lugar para expandir mis pequeños reinos itinerantes, rituales de paso. Recorrí el segundo piso como el primero, sin mayores sobresaltos, sin ningún latido, si acaso un libro sobre libélulas, mi insecto favorito, hermosos especímenes de hadas madrinas, que la naturaleza decoró con la maestría de un delicado pincel divino, me picó el ojo, lo abrí, lo observé, pero aquel color intenso y alegre persistía en mi memoria, desistí en mi búsqueda para bajar a tomar el libro de la portada llamativa.

Título, Living in Mexico. El rosado fuerte pertenecía a una de las paredes de la casa en Ciudad de México del famoso arquitecto Luis Barragán, ese color tan azteca fue el que llamó mi atención. Me senté en la salita, dejé sobre la poltrona del frente mi bolso y en la mesa, mi teléfono y audífonos, junto con la bolsa ecológica, estampada con “El Beso” de Gustav Klimt con la compra del Fruver. Abrí el libro y de repente el rumor de la ciudad que me hastía con sus motos sin silenciador, las bicicletas contaminantes con motor de dos tiempos de los domiciliarios rápidos y furiosos, fueron desapareciendo. Los recolectores de chatarra, hierro, cobre, baterías, calentadores, la mazamorra paisa con leche panela y queso o se compran libros, la cantante con su parlante que, sin compasión por el oído ajeno, emula a una Rocío Dúrcal moribunda, todo ello desapareció y comencé a soñar, con una casa de paredes de cal anaranjadas y azul rey claro y un gran cactus en la mitad del patio.

Me imaginé lavando platos con la mirada distraída hacia las palmas, o tal vez, una única silla con vistas al mar, que me sea difícil definir donde termina el océano y empieza el cielo. Que abandone el deseo de encontrar con la mirada esa delgada línea de eternidad que tan bien definió Rimbaud y que esa agua como espejo, me devuelva la respuesta negada al principio. Silencio en la noche, sí, quiero sosiego, ese lujo tan difícil de asir. Lentitud, la velocidad ha reinado en mi vida y sigo sin llegar, como si mi destino hubiese sido nacer perdida para vivir encontrándome, la incomprensión como castigo. Que me despierte el trinar de los pájaros, el ronroneo de las olas, acostarme a tomar el sol, bailar en la arena para dejar atrás, a la analfabeta del disfrute. El agua me llamó en ese instante, una visualización, la manifestación de un anhelo, una casa de descanso, donde poder huir del caos, de la desidia, de una pobre mega urbe latinoamericana, que a pesar de todo quiero, una ciudad usada y desechada por cada gobernante que solo espera conseguir de ella más poder, pero que no le retribuye en nada el caudal.

De Reina Corporativa a Observadora de Cielos y Lectora Compulsiva. Camino transformando el tedio en contemplación, mientras se revela mi siguiente biografía.

PD. Estos escritos son una muestra de ejercicios realizados en el taller de escritura: narrativas autorreflexivas una apuesta por lo cotidiano.  Abril—Mayo 2023. Educación Continua. Pontificia Universidad Javeriana. 

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