Por: Carol Santana Herrera ( autora invitada)
https://www.youtube.com/watch?v=_W-RPnIPRvs
Rozo mis dedos sobre el teclado y llegan a mí todas las
Evocaciones de tus innumerables despedidas.
Camino y admiro la naturaleza a mi paso,
Uno mi espíritu a tu vida y a todo lo que suena a tu amor de hermano.
Emergen pensamientos, verdades que sin querer pululan y me
Recuerdan todos los fascinantes
Detalles de tu último año de vida.
Amo cada cosa que dejaste y cada palabra, tus carcajadas y cada abrazo.
Mi amor es infinito y con él todo lo que brota por ti cada día.
Esta es mi consigna: te recuerdo hoy y siempre en cada paso y en cada respiro.
Ay de mí y de este recuerdo que me traslada a esa inolvidable mañana del 5 de enero en una hermosa playa de Coveñas. “No sé qué tienen las flores de un camposanto que cuando las mueve el viento parece que están llorando… “ (1) así como lloro en este instante y en todos los instantes en los que con mis ojos abiertos o cerrados (no importa como estén), te observo en esa foto siendo parte de un todo, entre el mar, la tierra y el cielo.
Cuando te vi sobre las rocas y con el mar junto a ti, te vi envuelto en una profunda calma que me dio indicios de que se trataba de una paz proveniente de otro mundo. Sentí miedo porque aunque te tenía muy cerca, en ese retrato te sentí muy lejano, algo así como si tu vida empezara a abrirse paso hacia otro espacio. Te vi hermoso, te vi iluminado, te vi enorme y ligero. Te vi entre la tierra y el cielo. Te vi allí tan dispuesto y aunque tus pies pisaban las enormes piedras que rozaban un mar en calma, te vi fundido entre el color de las rocas mojadas, vestido de blanco, entre el mar iluminado que limpia el alma y entre el azul del cielo que todo lo abarca. Y llegaron a mi mente recuerdos de tu infancia.
Cuando te conocí, supe que nos unía un fuerte lazo de amor. Te encantaba jugar y correr por toda la casa dejando un reguero de risas, de bromas y de peleas con los demás hermanos. Te encantaba sentarte frente al televisor los fines de semana para ver tus programas animados favoritos. Te dejabas llevar del movimiento de la mecedora en la que te plantabas y mientras tanto, te chupabas los dedos de tu mano izquierda. ¿Cuándo crecerá? -me preguntaba mientras veía tan lejana esa “edad madura”. ¿Cuál era mi afán? Era tal vez el afán de una hermana mayor que asumió responsabilidades que no le tocaban. Tal vez fue por esto que mi relación contigo fue de hermana y madre a la vez. Por eso mi dolor por tu muerte es a veces confusa, es como si una parte chiquitica de muy dentro de mí se hubiera ido para siempre… y aunque la busco, no puedo encontrarla. Debe ser por esto que cuando te busco en todas partes, y aunque en todas partes te siento, siento que siempre me faltas.
Luego llegó la pubertad y con ella inolvidables historias de familia, con tus ocurrencias que jugaron siempre a tu favor para ganar muchos amigos por donde pasaste: en el colegio, en el barrio y en la universidad cuando decidiste ingresar al seminario. Eso fue algo muy curioso porque de un momento a otro creciste y te consagraste a una vida llena de espiritualidad, entregándote y ayudando a muchas personas desde tu vocación sacerdotal.
Recuerdo que te llamaba mi pequeño grillo, y aunque estuvimos lejos, siempre estuvieron mis postales y cartas casetes como una manera de seguir en contacto. Nuestros caminos, aunque distantes, no fueron distintos por las opciones de vida que tomamos con nuestras andanzas de la vida espiritual y conventual. La devoción a un ser superior llamado Dios, la música, nuestros cantos, nuestras guitarras sonando y las danzas espirituales fueron el matiz de ese capitulo de vida. Pero esto tuvo un final y pasamos a ser un mutuo apoyo en la mundanal realidad.
Cuando vuelvo a ver tu fotografía, esa que me presagió que tu final se acercaba, recuerdo todos esos instantes convertidos en eternidad, como cuando caminábamos juntos por la carrera trece, por el parque de Lourdes, la subida al Cerro de Monserrate en el mes de diciembre, los trayectos en Transmilenio y las caminatas largas llevándome engañada con la frase: “eso es allí no más” y yo siempre te creía. Acostumbrabas a llevarme cogida del brazo y yo sentía que lo hacías por orgullo, por cariño, y porque sabías que así me sentía más tranquila, cuando nos íbamos a pasear o cuando íbamos de compras a lugares como San Victorino, en Bogotá. Muchos lugares de Bogotá me hablan de ti.

Desde que vi tu foto de despedida del mar, de la playa, de la arena y del cielo, guardé tu imagen en un recóndito lugar pues temí que fuera el preludio de tu despedida. Y solo ahora, solo ahora cuando vuelvo a ver tu foto, emerge el recuerdo de que en realidad esa fue la última vez que te tuve cerca y que te pude abrazar. Y nos abrazamos las veces que quisimos y nos disfrutamos como si no hubiera más vida, como si en tu espíritu supieras que nos separaría una pandemia y que nuestros próximos encuentros serían a través de videollamadas hasta el día final; aquel domingo 3 de enero del año 2021, día en el que extrañamente me desperté muy temprano y me acosté pasada la media noche. Y todo ese día chateamos por WhatsApp. Recuerdo los primeros mensajes y nuestra última conversación escrita a través del teléfono. Al día siguiente le diste el último abrazo a mamá y esperaste a que ella se fuera para irte. Y nunca más volviste a escribirme, y nunca más volviste a escribirme… ¡nunca más! Y cómo extraño esos mensajes tuyos y esas llamadas y tus estridentes carcajadas que a veces hacían pasar pena. Ahora daría lo que fuera por volverte a escuchar y por volver a verte y por ir cogidos del brazo por las calles de Bogotá o por cualquier otra parte.
Mi recuerdo vuelve a aquellos días en los que nos separaba una pandemia. Tú con un tumor en la cabeza y yo, con un cáncer de seno. Yo en mi tratamiento y tú recuperándote en el hospital, al cuidado de mamá. Yo, ansiosa por estar contigo y sin poder ir hacia ti, y tú desde esa unidad de cuidados intensivos sin poder articular más que gestos y frases escritas con tinta roja en una sencilla libreta cuadriculada. Yo te hubiera dado un lapicero de tinta negra, nunca me gustaron los escritos con tinta roja, en el colegio me enseñaron que eran de mala educación. Y sin embargo, hoy amo tus trazos rojos, y los amo tanto que cuando se cruza un lapicero de tinta roja, se activa mi recuerdo de amor por ti y por todos tus diálogos con mamá. Doy gracias por esa sencilla libreta cuadriculada y por esa tinta roja que no olvido jamás. Ese cuaderno es un tesoro en el que dejaste por escrito gran parte de tu legado de amor, de perdón y de unidad familiar. “No sé que tiene las flores de un camposanto que cuando las mueve el viento parece que están llorando”.
- Verso tomado de la canción popular mexicana La llorona
Soy una aprendiz de la vida, disfruto de la lectura y la escritura como las mejores aliadas para interpretar, organizar y contar la vida. Soy admiradora de la naturaleza y muy especialmente de las aves. Me apasiona el desarrollo personal y lo aplico en mi vida como una manera de aprender, crecer y estudiar al ser humano a partir de mi propia historia. https://linktr.ee/carolsantanaherrera
PD. Estos escritos son una muestra de ejercicios realizados en el taller de escritura: narrativas autorreflexivas una apuesta por lo cotidiano. Abril—Mayo 2023. Educación Continua. Pontificia Universidad Javeriana.
Que bella lectura, escrita desde el alma, desde lo más profundo del ser, me siento privilegiada de haber tenido la oportunidad de leer algo tan íntimo.
Carito, Dios siga bendiciendo el don que tienes de expresar esa sensibilidad de manera tal que pude sentir la ausencia y la falta q te hace tu hermanito.
Me gustaMe gusta
Las imágenes que evocas en estas palabras, como fotogramas, hacen que la memoria tenga movimiento. Logras que, como lector, me ponga en tus zapatos y sienta la ausencia y el sinsabor que deja no haber podido acompañar físicamente a quien se fue, en esa última despedida.
Me gustaMe gusta
Carol que hermoso la forma como me llevaste a mi y probablemente a todos los lectores a sentir lo que sentiste a ver a tu hermano como tú lo veías y a sufrir ese dolor que generó su partida, considero que un buen artista se reconoce no por lo que escribe , interpreta o muestra en sus obras, sino por la forma como imprime en ellas sus sentimientos.
Me gustaMe gusta
Es tan triste aceptar que ya no está, pero queda la satisfascción de los momentos compartidos. Mervin Xavier fue mi mejor amigo, compañero de muchas risas y de lágrimas, pero un ser único, tan cierto lo de la risa «escandalosa» y en ocasiones avergonzante, pero única, extrañar su presencia cada día y tenerlo presente en mi diario vivir. Gracias por recordarnos y por medio de tus lindas palabras, mostrarnos al maravilloso ser humano detrás de esas risas.
Me gustaMe gusta
Que hermosura de blog, autentico, sincero, amoroso, melancólico pero a la vez genera una sensación de esperanza y paz.
Me gustaMe gusta