Epístola de agradecimiento

Por: María Vargas (autora invitada)

Querido padre P:

Espero se encuentre bien y que esté contento con sus proyectos y realizaciones de la mano de Dios. Tal vez no le van a llegar nunca estas líneas que salen honestamente de mi corazón, pero sé que son provechosas para mí y creo también para las personas que las lean. Usted ha estado presente en más de un episodio importante en mi vida.

Recuerdo que cuando estábamos jóvenes, yo un poco más joven que usted y usted padre era el párroco de una iglesia cerca de donde yo vivía; con una amiga y un amigo decidimos asistir al curso bíblico que estaba promocionando en la parroquia. Era los viernes después de la misa de la noche. Ese primer viernes se convertiría en un año asistiendo cumplidamente al curso, viendo una parte del antiguo testamento y haciéndole preguntas; usted padre nos despejaba las dudas con esa paciencia y amabilidad que lo caracterizaban. Me acuerdo que una vez nos enseñó que nuestra alma era inmortal y que teníamos un espíritu, que los animales también tenían alma, pero que no le preguntáramos si era inmortal o no porque usted no lo sabía. Me gustó su sinceridad en las respuestas. Usted no sólo nos daba las enseñanzas los viernes, sino que también nos daba el material por escrito para que lo repasáramos en casa. El curso en su totalidad duró tres años, no me acuerdo las razones por las cuales no lo terminamos ni mis amigos ni yo. Gracias por ese primer momento.

Un segundo momento, donde nuestro Dios nos permitió encontrarnos nuevamente fue en la parroquia San Alberto Magno. Me acuerdo que tenía miedo, lo esperé hasta que se acabó la misa, me le acerqué y le dije: Padre ¿me puedo confesar?, pero me demoro porque es una confesión general. Yo quería un sacerdote comprensivo, que no me regañara ni me juzgara, y usted padre me acogió con bondad.  Saqué una lista que había hecho tal vez unos días antes y traté de leérsela despacio, sin prisa. Luego de unos treinta minutos usted me dio la absolución. Le comento que ha sido el momento más importante para mí de los tres, ya que hacía muchísimo tiempo que no me confesaba, estaba alejada de la iglesia y lo más triste, de Dios. Me tomé la tarea de averiguar a qué parroquia lo habían transferido y allá le llegué. Ese día salí liviana, contenta, reconciliada. Mi espíritu vio la misericordia de Dios reflejada en usted. Gracias por ese segundo momento.

Luego le perdí el rastro, me preguntaba qué sería de su vida, de su ministerio. Imagínese que fui a un Santuario y cuando estaba visitando el Sagrario alcancé a escuchar una voz pausada, tranquila que estaba oficiando la misa. ¡Oh sorpresa!, era usted padre. Quería volver, pero no sabía cuando lo iba a hacer. Fue así como unas tres semanas después estaba allí nuevamente con la intención de confesarme. Había varios padres y mucha gente; intenté hacerlo con un par de ellos, pero no pude. Cuando me iba a comer algo perdía el turno, cuando ya iba a llegar luego de hacer la cola el padre decía que tenía misa, que no podía seguir confesando. Lo intenté una última vez, no había mucha gente allí. Ya habrían pasado unas tres horas en todo ese proceso. Yo sería la tercera en la fila, tenía buena visibilidad del confesionario; allí estaríamos otra vez, en un tercer y maravilloso momento. ¡Qué bendición! pensé, el padre P. me va a confesar otra vez después de tanto tiempo.

Lo vi sonriente,  acompañando a la persona cuando esta salía del confesionario y después invitaba y esperaba a la siguiente. Al llegar mi turno sabía que iba a tener una buena confesión, pero ya no era una confesión general de otros 30 minutos, sería una más corta y más informal; pensé que de pronto se iba a acordar de mí, pero no fue así, ¿y lo entiendo sabe?, hay tanta gente a la cual usted padre le presta un servicio con la ayuda de Dios y me alegro por ello; así más de uno habrá podido beneficiarse de su espiritualidad y de su humanidad. Ese día salí liviana, contenta, reconciliada. Mi alma y espíritu vieron la misericordia de Dios reflejada en usted. Gracias Padre P. por ese tercer momento, y que Dios lo bendiga hoy y siempre, Amén.

Photo by Julia Volk on Pexels.com

Esta es una epístola que probablemente no va a llegar a su destinatario, pero expresa una gran agradecimiento a un sacerdote que ha sido clave en mi camino de fe.

PD. Estos escritos son una muestra de ejercicios realizados en el taller de escritura: narrativas autorreflexivas una apuesta por lo cotidiano.  Abril—Mayo 2023. Educación Continua. Pontificia Universidad Javeriana.

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