El viaje como inmersión

Parte 2.

“¿Qué buscamos en los paisajes? Algo que nos devore. “

Paul Quignard

La brisa se siente extrema junto al gran oleaje,  todo lo grande y fuerte en los paisajes tienden a envolvernos para intentar aniquilarnos. El mar embriaga como puede embriagar el contacto con un gran vientre; por esto,  estar afuera o adentro es por completo indiferente, porque te vuelves mar, y el tiempo cuando la naturaleza predomina, se amplifica, se ensancha hasta ingresarnos al tiempo del paisaje que puede ser  infinito y atemporal. Ni siquiera sientes el entorno porque el entorno se vuele mar, brisa mar, ola mar. Y ni siquiera parece necesario respirar porque el mar respira por ti, habla por ti, existe por ti; surge el efecto aniquilante de la vida natural que supera con fuerza nuestra pequeñez, nuestro cuerpo endeble y palpitante.

Por la noche en el hospedaje se suelen reunir los aspirantes a viajeros, y surge la ansiedad común de querer reconocernos y saber qué hacemos acá,  en este paraje de mar, y en esta temporada rara, fuera de las habituales para vacacionar. 

Esta noche conozco a los viajeros de la bicicleta: una pareja de franceses que llevan dos meses viajando desde sur del país y se han sentido muy seguros y tranquilos en el país, y que incluso en el “sur” se han sentido más seguros que en el “norte”. Ella me cuenta que en medio de su travesía por los pueblos, ocurrió que una familia los invito a tomar tinto y desde ahí bajaron la guardia con el miedo y sintieron que todo iría bien. Tienen una hija trabajando por acá en el caribe y este es el motivo por el que han elegido Colombia.

Salieron esta mañana muy temprano para no tener que soportar demasiado el inclemente sol. Están delgados, sus figuras van bien con la necesaria atlética de la bicicleta, pienso. Ella me cuenta que él ya recorrió Asia durante un año en bicicleta, que no desea irse de nuevo a Francia, que encuentra vida por acá.

Luego ya en mi habitación, buscando razones ociosas, reflexiono sobre las formas reiteradas del viaje, la vocación  de exploración que tienen ancestralmente los europeos, el potencial romántico que todavía despierta América en los viajeros. Al parecer “el viaje como fuga” sigue convergiendo en la delicada línea entre el deseo evasivo por la arcadia primigenia y la confrontación cruda con nuestra soledad.

7 : am

Esta mañana el mar está en su calma acostumbrada, veo el sol salir entre las palmeras, plácidamente, sin afán; me tumbo en las olas y entró en el mundo agua, hoy más tranquila que ayer, más entregada al devenir del mar. Necesitamos tiempo para entrar en los paisajes, para sumergirnos sin miedo en la contingencia de la otredad del mundo natural, pues esta requiere de nosotros un cuerpo, un lugar dispuesto a la entrega.

Existe dos caras de paisaje: el paisaje físico y el paisaje psíquico. El paisaje físico, es el lugar sensitivo y corpóreo donde percibimos todo el potencial vital que le entregan los paisajes al cuerpo. El paisaje psíquico, es el lugar de lo sensitivo y sutil que activa el potencial evocador de la memoria, y que nos entrega el recuerdo de haber sido parte de los ancestros naturales, de haber ocupado el lugar de la tierra y el aire, y nos devuelve un cuerpo psíquico tranquilizador y sagrado.

“¿Qué es el mar? ¿La montaña? ¿Qué es el cielo? ¿Qué es el sol? ¿Por qué buscamos alrededor de nosotros cosas tan grandes, tan poco proporcionadas respecto de nuestra forma y de nuestro vivir , tan extrañas en comparación con nuestra morfología?

¿Ellas son en nosotros las formas de los ancestros? Pero todo es ancestral para los vivos, incluso para los bosques y los torrentes que fluyen”.

Paul Quignard

Gozo con privilegio de este paisaje limpio, de esta playa sola, sin turistas,  sin vendedores, una playa sin ruidos humanos, y contemplo este atardecer para nadie, que cuál brújula detenida se funde en este mar solitario a las cinco de la tarde.

Ya es de noche y un planeta reluce al fondo del mar;  hoy dormimos sin nadie, los viajeros se han ido y soy la única huésped, escribo esto mientras me acaban los mosquitos y el cielo estrellado y la luna creciente orbitan encima de mí.

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